lunes, 17 de diciembre de 2007

Mama no usa brassier

Mamá no era una mujer elegante, eso lo sabía. Pero eso no me importo, en un principio. Cuando era niño, que caminara desnuda por los pasillos de la casa, sin ninguna vergüenza por sus carnes flojas y danzantes, o que dejara la puerta abierta del sanitario mientras obraba, me parecía desagradable, ¿quién hubiese opinado diferente?, pero nada más. Es mamá, pensaba, qué le voy a hacer, y continuaba viendo la televisión. Sin embargo, con el paso de los años, los amigos y las novias insistían cada vez más fervientemente en conocer mi casa. "Recién la han fumigado y hay un cementerio de grillos por toda la casa” o “Ahora no, vino el abuelo y ya no cabe una aguja en ese infierno. Mejor otro día en que haya más paz”, me excusaba; ya bajo la sospecha de todos. Pero Lucia era terca y no quedo en paz hasta que finalmente, esa tarde, quedamos en que cenaríamos juntos con mamá. Ella se puso contenta. “Debe ser una chica especial, es la primera amiguita que me dejas que te conozca”, dijo.

Cuando Lucia llegó esa noche, vestía un vestido amarillo floreado, zapatillas y suéter de verano negros; su cuello fresco me provoco plantarle un beso pequeño al que respondió con risitas. Me dolió que estuviera tan bella: sabía que esa noche saldría corriendo de ahí, después de ver con quién se estaba metiendo. Al presentársela a mamá las dos se sonrieron de inmediato y, tras algunas breves palabras, se metieron a la cocina. Yo no quería dejarlas solas, pero mientras hablaban Lucia me hizo señas con la mano para que saliera. Fui a la sala y las observé por largo rato. Noté que cualquiera las habría confundido como mamá e hija. Al principio, este pensamiento me molesto, pero después seguí atento a la forma en que las dos parecían congeniar perfectamente.

Pasamos a sentarnos a la mesa y la noche transcurrió en total tranquilidad. Yo estuve apretando los dedos de los pies en el interior de mis mocasines en espera de que mamá lanzara uno de sus descomunales eructos o de que echará un gas sin pudor alguno. Pero nada. Ellas continuaron conversando hasta que el cielo alcanzó un negro azabache que señaló la media noche. Lucia volteo a ver su reloj de pulsera y agradeció efusiva a mamá. Todo estuvo muy rico señora, de veras. Mamá aun la retuvo algunos minutos mientras yo esperaba en el pasillo. Finalmente, Lucia salió y la acompañé hasta la puerta.

-¿Qué te pasa? Estuviste toda la noche con una cara de muerto; pensé que en cualquier momento caerías infartado sobre tu sopa. No dijiste una sola palabra. ¿Todo bien?

Tuve que confesarle todo, la tensión estaba por desquiciarme. Mientras hablaba, sin embargo, Lucia no dejaba de reír, hasta que finalmente le pregunté: ¿Por qué te ríes? ¿No ves que esto me está matando?

-Ay, Julián, eso a mi qué me importa. Mientras estuvimos en la cocina tuve que aguantar la respiración peor que un buzo de profundidad por los gases de tu madre, pero no pasa nada. Tu mamá es una cochina, ¡qué tragedia! Tienes suerte; yo soy nieta de un asesino en serie y, ya ves,-entornó los ojos con altivez- no pasa nada. Soy la misma Lucia antes o después de que lo supieras. Todos tenemos secretitos; ya deberías saberlo, tienes veinte años.

Y así me dio un beso justo en la nariz para después perderse en la lechosa luz de luna sobre la avenida.

4 comentarios:

elena dijo...

Un relato delicioso. Aunque creo que me habría gustado más otro final. Por cierto, pensaba que “obrar” era un eufemismo que sólo utilizaba mi padre. Y resulta que es internacional :)

Morussa dijo...

ay!

literalmente me devoré tus letras...

tenia que escribirlo, no quiero que ese sea mi secretito :P

ja!

Anónimo dijo...

Muy bonita y diferente tu narraion!

Filomena dijo...

Hey, es la primera vez que entro y me ha encantado tu narración. Con el pasar de los años me he dado cuenta de que uno se estresa por factores que uno no tiene la más mínima posibilidad de cambiar, y que además, intenta ocultar al mundo a toda costa. Sin embargo, uno vive más en paz, cuando acepta lo que le rodea y no tiene miedo de ventilarlo a cuatro vientos.