domingo, 16 de diciembre de 2007

Malas lecciones


Lamento la amargura que se siente en el texto que sigue. Sin embargo, me prometi publicar la mayoría de las cosas que escribiera, aun a riesgo de perder... ¿qué?


Guillermo Fadanelli escribe en su blog sobre las atroces licencias que permite un micrófono (Mi hijo para presidente). El hombre que está en el podio, a punto de pronunciar un discurso, desde que empieza a subir las escaleras y se aclara la garganta, pierde todo el respeto por el público; daría lo mismo si les escupiera en la cara o se bajará los pantalones y, dando media vuelta, se pusiera de cuclillas para exhibir las nalgas. Cualquier cosa que pronuncie, no importa qué, está contaminada. Una conclusión drástica, pero iluminadora: la ceremonia embrutece.

Creo que lo mismo pasa con la palabra escrita: las páginas electrónicas y los blogs vacuos por los que paseamos todos los días y que se permiten el pecado de robar nuestro tiempo, no son más que la variación más moderna de una maldición que se nos impuso cuando el primer erudito se sintió merecedor de reverencias por haber leído libros que el vulgo ignoraba. Desde entonces los podios y los libros nos inspiran una solemnidad que nos impide distinguir lo insulso. No digo que convendría una dictadura o una patrulla de lo relevante. ¿Quién sería lo suficientemente lúcido para no tropezar ni una sola vez? ¿No he cierto que todos hemos dicho y escrito muchas veces sin cavilar? Pero la reverencia que las escuelas y las universidades inculcan ante lo escrito es peligrosa. Basta que un mensaje esté escoltado por una portada y una contraportada para que le prestemos más atención que a las palabras que salen al vuelo en conversaciones muchas veces más ricas.

Sobre la enfermedad de los ídolos

Constantemente nos lanzamos a la búsqueda de las biografías de Neruda, Kafka y Montaigne para reconstruir las identidades que suponemos nos revelarán la clave de una obra. Pero en lugar de desenterrar de las arenas del inconsciente la llave de un portal antes inaccesible, terminamos con plétoras de biografías monstruosas sobre filósofos, poetas y novelistas que nos revelan el año en que tal agarro la sífilis y en que cual se casó con su tía segunda, pero nada más. Como si la literatura fuera un diario y no siempre una invención de la realidad; un anal y no una postulación. Los escritores noveles van a las casa de Hemingway y se pasean con una devoción tal que pareciera que quieren chupar toda lo que queda del espíritu de estos hombres de cada rincón para después verterlo en sus libretas y sus computadoras. Compran Olivettis para sentirse Cortázar o, al menos, Paul Auster. Pero lo cierto es que la palabra escrita, y sobre todo la literatura, no se alimenta de la reverencias que se le hacen a cada autor o de la viveza de su recuerdo en la memoria colectiva, sino de su lectura sin prejuicios, favorables o adversos. De acercarse a Pope o a Gracián sin tapujos, sin los “Señor, un honor conocerlo”, sin el lápiz bien afilado para subrayar cualquier aforismo ingenioso dable a repetir para el espectáculo de todos.

Michel Foucault, por ejemplo, entendió esto bien y busco escaparse de sí mismo en cada libro. Quiso que el Foucault de Historia de la locura en la época clásica se entintara el pelo, adelgazará, creciera o decreciera unos centímetros, y se presentase completamente diferente en La arqueología de las cosas. Quiso escapar de la noción de autor que entorpecía a la inteligencia y a la cultura.

Creo que la mejor forma de acercarse a las palabras y a los libros es como se amanece uno después de levantarse de la cama, con total honestidad; sin bañarse y con aliento de dragón. A los libros no se les debe respeto, se les debe sinceridad. Si a uno le gusta, lo conserva en su mochila y en su maletín y lo extrae cada vez que a uno se le ocurra pasar un buen rato, y si no, ya lo decía Cortázar, habrá que aventarlos por la ventana. Pero, recuerden, nada de solemnidad, ni a los libros y aun menos a los lectores o a los escritores. No son ninguna raza especial.

1 comentario:

Anónimo dijo...

En este post encuentro algo muy cercano al estilo de gente verdadera y asombrosamente elegante e inteligente.