jueves, 13 de diciembre de 2007

Estrenando

El hábito no hace al monje, ya lo sé. De todos modos, Escalera al suelo ha cambiado de ropas por primera vez, y creo que le sienta bien. Los márgenes son más anchos, el fondo blanco insinúa desenvoltura y, en general, la estrechez es menos. Me hace sentir como cuando llegó de todo un día de usar camisa y traje, y los cambio por mi sudadera negra holgada con cuatro grandes letras en cursivas: PARIS, con una Torre Eiffel al fondo. Siempre me pasa: en pijama el humor me cambia y me siento listo para conquistar el mundo. Bienvenidos a casa, y cuidado con la pintura fresca.

***


Un suceso desagradable: ayer fui a desayunar a Sanborns; mientras me registraba en la lista de espera para conseguir mesa, un señor alto, de melena castaña clara, me empujó, si no agresivamente, sí sin ningún cuidado. No se disculpo, ni con la mirada ni con las palabras. Simplemente me eliminó; yo no existía para él. Al principio me sentí humillado y, para empeorarlo, frente a todas las personas que también esperaban mesa. No pude reaccionar de ninguna forma. Pero después comencé a sentirme enojado. En verdad enojado. Usualmente lo hubiera olvidado, pero ese tipo se sentía superior a mí. Lo que me molestó fue que, por mi parte, suelo esforzarme por eliminar cualquier residuo de arrogancia en mí, y, de alguna forma, sentí que era injusto que me pagarán así. Dije: voy a ir a hablar con él, más para exhibir mi enojo que para anunciar un hecho. No hice nada, por supuesto. Cuando llegó nuestro turno de pasar a la mesa no tuvimos otro remedio que acomodarnos apenas a una mesa distancia del señor. Leía el periódico y bromeaba con su amigo, como si no hubiera hecho nada. Imbécil, pensé. Tenía ganas de gritarle algo. En un inicio, pensé en algo dramático: no me vuelvas a empujar, pendejo, por ningún motivo; cosas por el estilo. Luego noté que era alto, demasiado para mí. Si mis palabras lo enfurecían seguramente yo saldría perdiendo. Me frustré. Luego me esforcé por olvidarlo hasta que, sin notarlo, desaparecieron del restaurante. Al momento salir al estacionamiento, recordé una cita de Norberto Bobbio. Palabras más, palabras menos, Bobbio recomendaba una actitud casi imposible: tolerar a los arrogantes y a los déspotas. Es fácil pensar que el malo debe ser eliminado. Que el criminal ha perdido su condición y es válido torturarlo o humillarlo. Pero puede que no sea tan fácil. Puede que los que deseamos vivir no en una utopía, pero en un mundo sin que todo sea competencia, vencedores y vencidos, tengamos que poner más de nuestra parte: tolerar al intolerante. No quiero decir que yo no hice nada porque decidí respetar al tipo, sino, claro, por miedo. Pero, de todos modos, me quedé pensando. Quizás con motivo de los aires navideños.

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