sábado, 9 de febrero de 2008

Apuntes de Veracruz

Me acuerdo de ese restaurante en las costa de Veracruz; nos habíamos detenido, ya bien entrada la tarde, a comer algo antes de seguir el viaje de vuelta a casa en la camioneta blanca y derruida de mi tío. El lugar se sostenía imposiblemente sobre cuatro columnas de madera empobrecida, al interior de un mar azul oscuro, casi negro. Me pareció imposible, pero el viento aullaba cuando daba vuelta en el vértice de alguna pared o cuando entraba por la puerta, como cualquier otro cliente. Después de ordenar mi comida, salí a ver el mar al balcón, sólo. De un salto pequeño y rápido hacia en frente, me colgué del barandal, y levanté la mirada: el cielo estaba nublado y sucio; el aire era húmedo, casi vapor; la línea del horizonte, al fondo, parecía coloreada por un lápiz de carbón: una línea negra, difuminada por la acción de un pulgar. Balanceándome, sentí un ligero mareo, vértigo y, para no arriesgar, regresé los pies a la tierra. En la pirueta noté, en las piedras donde pegaban las olas, un elemento extraño. Ya seguro en el balcón, me incliné y me di cuenta que era una mierda salida de un drenaje en la superficie del mar. Desmenuzada ante la insistencia del oleaje, casi al momento desapareció. Pensé, no sé ya muy bien por qué, en la sal, en los fanáticos, en los elementos que se disuelven, invisibles, recién entran en contacto en algo más grande; como reconociendo su nadería, su poquedad.

domingo, 3 de febrero de 2008

El Pasajero

Presento esta traducción libre (del inglés) de uno de los breves pero conmovedores textos de Franz Kafka, aparentemente compuestos en 1913, reunidos bajo el título de Contemplación. ¿El motivo? El deseo de hacer un sencillo homenaje al par de horas soleadas que pase en el patio de mi universidad, donde descubrí la mentada colección de escritos y fui incursionado por un modesto ejército de insectos que, recorriendo mi faz, dejaron una estela de cosquillas y comezón.


El Pasajero

Me encuentro sobre la plataforma del tranvía, completamente vacilante acerca de mi lugar en este mundo, en esta ciudad, en mi familia. Ni siquiera por ventura podría indicar qué derechos invocar para justificarme, en uno u otro sentido. Soy incapaz de alegar el hecho de estar sobre esta plataforma, sostenido de esta asa, dejándome arrastrar por este tranvía; de que la gente se quite del camino, o continúe caminando calladamente, o se detenga ante los escaparates: no es que nadie así me lo pida -pero eso es irrelevante.

El tranvía se acerca a una parada, y una joven se aproxima al umbral, dispuesta a bajar. Se me aparece claramente, tal como si la hubiera acariciado con mis propias manos. Está vestida de negro, los pliegues de su falda están casi inmóviles, su blusa es ceñida y tiene un cuello de fino encaje blanco, su mano izquierda se apoya de plano sobre el costado del tranvía, la sombrilla en la mano derecha descansa sobre el segundo peldaño. Su rostro es moreno; su nariz, ligeramente pellizcada a los costados, es de punta redondeada y ancha. Su melena es castaña, con algún mechón cayendo sobre su sien derecha. Su oreja es pequeña y compacta, pero al estar cerca puedo ver todo el pabellón de la oreja derecha, y la sombra que proyecta.

En ese momento me pregunté: ¿Pero cómo es posible que no esté pasmada de sí misma, que permanezca con los labios cerrados y no diga nada al respecto?


Franz Kafka en Contemplación (1913)