domingo, 9 de diciembre de 2007

Conversar con los difuntos


Una de las tres etapas de la vida, según Baltasar Gracián, es la de conversar con los difuntos, una frase que también acuñó Francisco de Quevedo, y que no quiere decir otra cosa que leer. Por su parte, Alexander Pope creyó que una forma de no pensar, es decir, una forma de morir en vida, era la lectura constante: for ever reading never to be read. A primera vista, estas dos máximas parecen irreconciliables. Pero, intentaré demostrarlo, en realidad no lo son.

Primero, para Gracían la lectura no es la única actividad de la vida; acaso era un tercio de ella. El resto, recomendaba el conceptista barroco, debía pasarse conversando con los otros y, ya al final, con uno mismo. Seguramente que estaría de acuerdo con Pope en que una vida dedicada a la sola lectura sería infructuosa y, peor, aburrida. Aburrida porque no sólo no seríamos leídos, sino porque no seríamos escuchados, amados, ni comprendidos. Pero aun hay otra razón por la que creo podemos seguir a Gracián y a Pope sin contradicciones. Para los dos es claro que la lectura tiene dos formas opuestas: la lectura estéril y la lectura viva, conversada, y que siempre hay que preferir a esta última. Cuando Gracián, en su ética, decide reemplazar el verbo por la metáfora, es decir, lectura por conversación con los difuntos, lo hace no sólo en favor del estilo, sino para librarse del gusano de la lectura erudita. Antes de Guttenberg la escasez de libros obligaba a que la lectura que no se hacía en los conventos o monasterios se hiciera usualmente en público. Se ponía uno un cajón bajo los pies y comenzaba a leer en voz alta el texto que fuera. Aunque lo que era dable leer sin ser reprendido era poco, al menos los libros eran un asunto público. Pero la lectura se ha vuelto, para desventaja de todos, cada vez más solitaria y silenciosa. Además, se ha convertido en un bien de prestigio y exclusión. Cuando Pope señalaba los riesgos de la lectura, más bien se refería, como Gracián, a los peligros de la erudición que todo lo conoce pero nada lo sabe. Al erudito que lee para apilar nombres y fechas muertas, y destierra su propio pensamiento para darle el cuarto a los discursos memorizados de Cicerón o a los versos recitados de Novalis. Pero también al hombre de hoy que consume vorazmente libros para procurarse una reputación de sabelotodo a costa de su propio pensamiento. Que toma los libros Descartes o de Ricoeur para tener algo interesante que decir, pero no se da ni los veinte minutos bajo la regadera para pensar por su propia cuenta. Y no porque sea precisamente estúpido, sino porque es apático. No deberá sorprendernos que quiera que todo lo que aprende en libros le de algún beneficio más: le ha costado tanto pasar por el cementerio, registrar las cenizas de obras de otro siglos para incluirlas en su repertorio, que quiere que los demás le reconozcan la dedicación.

Pero la lectura a la que Gracián se refiere, junto con Pope, es la lectura conversada. Cuando hablamos con los demás no esperamos que el otro haga todo. No nos quedamos reposando mientras ellos hablan y hablan sin esperar ninguna reacción. Si lo hiciéramos así, estaríamos solos. Conversamos para alimentarnos, para estar vivos. Cuando Maquiavelo se cambiaba las ropas ordinarias por alguna prenda más elegante para leer a Herodoto o a Tito Livio, lo hacía porque sabía que estaría frente a personas de carne y hueso. Entendía que frente a sus ojos no estaban los puros residuos de una existencia, sino el registro vivo de la voz y la inteligencia de hombres que habían pisado la tierra, que habían paseado por las calles de Atenas y Roma, y que habían pensando lúcidamente los problemas de su época.

Reconstruir el conocimiento del mundo desde cero sería una locura. No podemos esperar que en una vida amasemos el pensamiento de millones de personas durante siglos. Para eso están los libros; para iluminarnos. Pero no existen para ahorrarnos nada. La vivacidad con que conversamos debe permanecer en nuestras lecturas; quizás ser superada, porque en realidad no estamos leyendo; estamos conversando.

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