jueves, 29 de noviembre de 2007

Efectos secundarios

Efectos secundarios

En medio de una reunión un hombre se acerca, tambaleando, al espejo. Él es el anfitrión, pero por el momento ha abandonado a sus invitados. Va camino al espejo del pasillo. Sonríe, gesticula, pero no se reconoce ante él. El rostro reflejado le parece desconocido. Ha pasado toda la noche bebiendo y sonriendo; atento a la forma en que el nuevo vestido blanco perla baila sobre el cuerpo de su esposa. Ella, que antes dormía todo el día; que se quejaba por el dinero y gruñía, ahora se pasea jugando por entre sus amigos dispersos por todo el salón del nuevo departamento, como una medusa en la noche. Ahora está seguro que hizo bien. Ahora no duda. Lo hice todo por ella, se dice a sí mismo, y no le importa más el espejo.
Cerró el trato en un edificio convencional del centro de la Ciudad, justo en la dirección que señalaba el anuncio del periódico. Contrario a lo que esperaba, la transacción se realizó sin mayores ceremonias. Atravesó la puerta del departamento C-46, y un hombre escueto, de escaso cabello gris, sentado frente a un escritorio sencillo de madera, lo miro con ojos ambles. Lo estaba esperando, dijo. Y tensando apenas un poco la voz: Tiene que estar usted completamente conciente de lo que implica el contrato, señor. Tomó asiento y leyó atentamente el pergamino dispuesto frente a él. Sólo tenía una pregunta.

-¿Hay algún efecto secundario del que deba enterarme?
-Despreocúpese, señor. Si acaso al principio se sentirá usted un poco desorientado y confuso. En las primeras semanas, algunos de nuestros clientes no han podido reconocer a conocidos de mucho tiempo, a sus familias, incluso, o a sí mismos. Pero todo esto pasa con el tiempo. Dos o tres días en absoluto reposo, y uno está como nuevo. Además, los beneficios, señor, son cuantiosos. Ya verá, usted mismo pasará la voz entre sus conocidos. Se levantó del escritorio y con la mirada fija en la ciudad iluminada por una luz parda, continuó: Los hombres, caballero, le dan demasiado peso al alma, pero es apenas un residuo de algo ya consumado; de un paraíso al que ya no tenemos boleto de vuelta. Nos es inútil ya.
-Como el ombligo.- se le escaparon las palabras de los labios.
-Como el ombligo, señor.

No hablaron más. Al final, apenas hizo falta pincharse el pulgar con una aguja y estamparlo brevemente en la esquina inferior del documento, justo sobre la línea punteada.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Aparte del contenido, la manera de escribirlo me parece estupenda. Se necesita una claridad mental muy amplia para lograr textos de este tipo.

Te felicito.