lunes, 26 de noviembre de 2007

La panne del automovil

Después de la "borrachera de insensatez" que la humanidad adquirió en el siglo XVIII, de la "ubérrima y continuada" creación intelectual que siguió al Siglo de las Luces; de haber esperado todo de ella, la condición de nuestra época es la angustia y la miseria al no saber ahora el lugar y puesto de las ideas. En una primera entrega sobre José Ortega y Gasset, presento el siguiente fragmento donde el español compara la condición de nuestra época con el pequeño drama del viajero que descubre que su auto, en pleno viaje, está averiado. Disfruten.

"Recuerde el lector el pequeño drama que en su intimidad se disparaba cuando, viajando en un automóvil, ignorante de su mecánica, se producía una panne. Primer acto: el hecho acontecido tiene, para los efectos del viaje, un carácter absoluto porque el automóvil se ha parado, no un poco o a medias, sino por completo. Como desconoce las partes de que se compone el automóvil, es éste para él un todo indiviso. Si se estropea, quiere decirse que se estropea íntegramente. De aquí que al hecho absoluto de pararse el vehículo busque la mente profana de una causa también absoluta y toda panne le parezca, por lo pronto, definitiva e irremediable. Desolación, gestos patéticos: “¡Tendremos que pasar aquí la noche!” Segundo acto: el mecánico se acerca con sorprendente serenidad al motor. Manipula con ese o el otro tornillo. Vuelve a tomar el volante. El coche arranca victorioso, como renaciendo de sí mismo. Regocijo. Emoción de salvamento. Tercer acto: bajo el torrente de alegría que nos inunda fluye un hilito de emoción contraria: es un dejo como de vergüenza. Nos parece que nuestra reacción primera y fatalista era absurda, irreflexiva, pueril. ¿Cómo no pensamos que una máquina que es una articulación de muchas piezas y que el menor desajuste de una de una de éstas puede engendrar su detención? Caemos en la cuenta de que el hecho “absoluto” de pararse no tiene por fuerza una causa también absoluta, sino que basta, tal vez, una leve reforma para restablecer el mecanismo. Nos sentimos, en suma, avergonzados por nuestra falta de serenidad y llenos de respeto hacia el mecánico, hacia el hombre que sabe del asunto.

De la formidable panne que hoy padece la vida histórica nos hallamos hoy en el primer acto. Lo que hace más grave el caso es que, tratándose de asuntos colectivos y de la máquina pública, no es fácil que el mecánico pueda manipular con serenidad y eficacia los tornillos si no cuenta previamente con que los viajeros ponen en él su confianza y su respeto, si no creen que hay quien “entiende del asunto”. Es decir, que el tercer acto tendría que anticiparse al segundo, y eso no es faena mollar. Además, el número de tornillos que fuera preciso ajustar es grande y de lugares muy diversos. ¡Bien! Que cada cual cumpla con su oficio sin presuntuosidad, sin gesticulación. Por eso, yo estoy, súcubo bajo la panza del motor, apañando uno de sus rodamientos más secretos".

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