lunes, 5 de noviembre de 2007

A.Q.

Alex Quiroga, ya a los once años, había decidido que, llegado el momento, se convertiría en escritor. Por supuesto, a sus padres no se los dijo de esta forma. Más bien, cuando se sentó en el comedor a la cena, declaró con alguna solemnidad y sin aviso: “Yo de grande quiero disparar cañones y navegar el Pacífico; perderme en el desierto del Magrub y salir triunfante con un tesoro y una mujer de piel de arena y ojos verdes entre los brazos”. Acomodándose los lentes con el índice, el padre respondió: ”¿Y en dónde crees tu que vas a hacer todas esas cosas de una sola vez, Alejandro?”.”He visto ya como el abuelo lo hace en su cuarto”. El abuelo, visiblemente complacido, dejó salir lentamente el humo del cigarrillo y echó a ver a los dos adultos con sus todavía luminosos ojos claros. “Pero, Alex, el abuelo...el abuelo es sólo un escritor”, respondió la madre de pie junto al fregadero.

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