lunes, 26 de noviembre de 2007

Dos estrellas sobre el firmamento Ortega


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En Ideas y Creencias (1979), José Ortega y Gasset hace una discernimiento aforístico: las ideas se tienen; en las creencias estamos. Para el filósofo, las ideas se nos ocurren o nos son inculcadas por otros después de que nacemos. Tienen grados de verdad distintos: desde la idea de que ese que miro al espejo es hombre, se llama Arón Sáenz, y tiene veintiún años; hasta la idea (Teoría, con mayúscula, dirían algunos) de las Supercuerdas, que pretende ser una teoría científica de todo (así, sin modestias). Pero todas son pensamientos con los que nos involucramos, para bien o para mal.

Las creencias, en cambio, no las tenemos; estamos en ellas. ¿Qué quiere decir esto? Que, en cierta forma, nosotros no las poseemos, ni las creemos; tan sólo nos son dadas... Como la gravedad. Vivimos en ella, nos funciona para no salir volando, para que nuestras moléculas no se disperesen, pero no son nuestras. Las creencias no son siquiera cuestionables; están debajo del rió de la conciencia. Creemos en la Identidad; en que los zapatos de los que me desprendo por la noche, son los mismos a los que les ataré las agujetas mañana por la mañana. Creemos en la Existencia; en que Jimena, la amiga que viene a dejarme el almuerzo por las tarde, es una muchacha real, y no un sueño que al tacto se esfuma.

Ortega utiliza el ejemplo del lector, digamos, de un blog, que decide salir a dar un paseo a la calle. El lector se pregunta si debería llevar las llaves consigo o no, si apago la lámpara de su estudio, sobre la hora... todas estas son ideas, ocurrencias. Pero a ése mismo lector no se le ocurriría preguntar si la calle está ahí o no. Cree que la calle sigue ahí; de eso no le cabe duda. Si se preguntara continuamente sobre las cosas que cree, el hombre sería incapaz de tareas que considera más importantes. Si no tuviésemos creencias, probablemente el mundo sería inhabitable, en el más severo de sus sentidos.

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La tarde de hoy la dedicaré a terminar este librito de 198 páginas que promete una lectura amena y breve, como siempre pasa en compañía de Ortega. A la emoción de atravesar sus páginas, se alia el placer fetichista de que mi ejemplar es un original de la edición a cargo de la Revista de Occidente; publicación que, bajo la dirección del filósofo, unió las dos puntas de Europa: Alemania y la costa atlántica. Y es que para mí, los libros, como las creencias, no sólo se tienen, sino que también se está en ellos. Qué mejor que estén bien acondicionados.

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