lunes, 7 de enero de 2008

El panda y el balon

El antropólogo Cliford Geertz, hace un cuarto de siglo, hizo una sencilla pero feliz observación para un mundo intelectual entonces rancio: “Las prácticas culturales no pueden entenderse desde el exterior, sin involucrarse. Para entender lo que significa un guiño en la Alta Birmania, hay que descifrarlo desde el interior de esa sociedad; porque un guiño puede significar desde una complicidad hasta un incipiente pero claro acto de seducción”. La teoría multicultural de altos vuelos, que se cultiva y emperifolla en universidades canadienses y europeas, a los ciudadanos de a pie, como sucede siempre, nos es ajena; de todos modos, su prestigio ha dejado secuelas que todos podemos sentir. Es difícil encontrar a alguien que considere propio, lo que sea que eso signifique, insultar o disminuir a alguien por el mero hecho de su raza o geografía natal. En reacción, el crítico literario Harold Bloom ha reprochado al interior de su ámbito, y a veces extendiendo su argumento a la cultura en general, con mala fortuna, el hecho de que las literaturas de las minorías o de las antiguas coloniqw de la Europa imperial, tengan un valor añadido por la sola razón de estar al margen.

Por mi parte, me es difícil pronunciarme. Por supuesto que creo que nadie puede ser discriminado por sus características accidentales, pero reconozco también que en los excesos siempre se pierde; destinar ayuda a crisis humanitarias como la que ahora recorre Kenia es claramente una buena idea, pero darle un empujón a los escritores africanos me parece, más que un socorro, una humillación completa. Lo que digo: siempre que me formo una opinión, viene a desbaratármela el encuentro con un amigo o con un pasaje, o conmigo mismo. Prefiero entonces, en muchas materias, andar como Enesidemo, “con el juicio en suspenso”.

Pero una nueva referencia en el periódico de ayer a las políticas que el gobierno chino está emprendiendo con motivo del Juegos Olímpicos de este año, que tendrá lugar en ése país, me puso de nuevo a pensar. Para presentar una China civilizada y pulcra, se les prohíbe a los ciudadanos actos tan triviales como, por ejemplo, escupir en la calle. Hace pocos días, además, se inició la expulsión de trabajadores ambulantes, en su mayoría trabajadores desplazados por la nueva estructura laboral en que el país se embarco, de las calles de la capital.

Esto me hace pensar una vez más como el discurso que recorre los foros del mundo y la retórica de la política internacional es una farsa. No me sorprende, claro; tan sólo me lo confirma. Lo que me preocupa aquí no es que sea una cultura imponiéndose a otra, que justifica su superioridad con las armas; sino que es el desde el interior de una cultura, desde su gobierno mismo, quien somete a sus ciudadanos; quien les llama salvajes y les arranca el sencillo pero fundamental derecho a escupir en la calle donde y cuando sea que se les antoje, aun si el esputo cae en el mismo rostro de un turista cualquiera.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Si no me equivoco, el evento de este año en China serán los juegos olímpicos y no el mundial de fútbol.