sábado, 26 de enero de 2008

Noche de martes, noche de miercoles

A veces en una conversación se cruza una frontera invisible y prodigiosa. El mundo entero lo sabe porque cada uno de nosotros ha probado el goce elemental de cuando se cambian palabras sazonadas con auténtica emoción. Tanto así que incluso hemos cultivado lugares propicios para el suceso: cafés, cenas a la luz de las velas, yates flotando en el corazón del océano, cantinas a media noche con más meseros que comensales… Las parejas y los amigos se dan cita allí, en esos lugares, albergando esperanzas enormes en el corazón, pero no siempre encuentran lo buscado. Más bien es usual lo contrario.

Y es que el sólo lugar, el espacio no es la llave; no importa con cuantos manteles se cubra o con cuantas velas se alumbre. Lo cierto es que el límite entre un cambio burdo de palabras y una verdadera plática, burla la geografía material y, por tanto, su misterio es inasequible, al menos mediante la sola cartografía convencional y las brújulas de entraña magnética.

Aun diría más sobre este límite: su misterio es inasequible, a secas. Con la lluvia, comparte su propiedad más genuina: lo impredecible. Tanto para el meteorólogo como para el amante o el amigo, el aluvión y el trance conversacional siempre salen de la niebla. Por eso mismo es más vertiginosa la migración. Pero no por eso su misterio es oscuro como el de la tormenta; al contrario, es extraordinario como el de la espiral.

Cuándo o con quién vamos a poner el pie en la otra región, no se sabe. Por lo general, el momento justo del cruce no es percibido por los conversadores. Como con las inyecciones, la aguja nos ingresa cuando tenemos los ojos cerrados y el primer vértigo ya se disipa. Nos entregamos entonces al salto, aun sin línea de seguridad. De pronto, narrar el fuego, el noble y el enfermo, que cruza nuestro corazón no parece un acto impúdico y debilitante; en cambio nos aligera el mundo, nos sentimos menos, bastante menos, solos. En nuestra conciencia se borra el mundo y frente a nosotros brilla un solo elemento: el otro, el otro que escucha, y el corazón se alivia.

***


Alguna noche de la semana anterior anduve por esa plaza que a la memoria no se le olvida, aunque no la recuerde. Una amiga, que espero al menos intuya que es a ella a quien me refiero, me acompañó. A ella, pero también a unos pocos otros, quiero dejarle estos párrafos groseros.

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