lunes, 7 de enero de 2008

Los Diarios de Elizondo

Ultima entrada de hoy, lo prometo. Aunque esta es la tercera del día, el motivo, la publicación de los Diarios inéditos del más enigmático y fino de los escritores de la fecunda “generación del 32” de México en la revista de literatura Letras Libres, merece, ahora sí, la pena. Salvador Elizondo, que escribió dos de los libros clave de la literatura de mi país, Farabeuf y Elsinore, escribió, a mano, con valentía y tesón, una serie de cuadernos que registraron el acontecer de su vida desde que contaba con quince años (1945) y que relatan sus múltiples travesías vitales; manuscritos que sólo se vieron impedidos por la muerte del autor en el año 2005, cuando la escritura ya le era una obsesión.

Aunque en entrevista el escritor ya había anunciado la publicación póstuma de sus diarios, esto no sucedería, según dijo en el momento, antes de veinte años de transcurrida su muerte. Sin embargo, la viuda de Elizondo, Paulina Lavista, ha comenzado, desde el primer número de este año de la mentada revista, la publicación dosificada pero valiosa de los manuscritos, que registran la experiencia del autor en Lake Elsinore, en Ottawa, y de sus primeros amores.

Hay que tener claro que la atención a esta dimensión de la obra de Elizondo no es un acto morboso. Para el autor de Teoría del infierno, junto con Baltasar Gracián, la vida era perpetua conversación. Primero se conservaba con los otros; luego, como también quería Quevedo, con los difuntos, esto es, con los libros. En las postrimerías de la vida, sin embargo, se entabla uno de los más valiosos diálogos, aquel en que el interlocutor es uno mismo. La publicación de los diarios de Elizondo nos permitirán seguir fielmente esta última gran conversación. En las páginas de los diarios podremos recorrer los fecundos paseos del autor por avenidas tan diversas pero tan colindantes como son la tauromaquia, el amor, el alcohol, y la incesante búsqueda por la belleza, la sabiduría, y, por qué no, la verdad. En medio de la accidentada ortografía y el primero y rudo inglés de un Elizondo de quince años, alcanzaremos a ver la trayectoria de una estética que prosperó hasta la absoluta belleza.



La obsesión de Elizondo por la escritura es admirable; conocer las íntimas elucubraciones de este autor fundamental para nuestra literatura, es prodigioso.

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