domingo, 18 de mayo de 2008

Fragmento 4

El salón estaba cubierto por varias filas bien ordenadas de bancas de madera barnizada. Al centro estaba una gran máquina de acero negro con una caja amplia debajo a manera de base; sobre ésta había una placa de cristal con una potente lámpara en la parte inferior que despedía una fulminante luz sobre la cinta de plástico que contenía infinitos rectángulos con las imágenes de la película. A Elena le gustaba ir por los discos donde se enroscaban estas cintas, sólo para poder estirarlas contra la luz fluorescente de los pasillos, y detalladamente inspeccionar cada una de las escenas que contenían. Especialmente le atrajo una que mostraba imágenes de los planetas cercanos a la Tierra. Por supuesto que antes había visto imágenes similares en sus libros de geografía y en documentales transmitidos por televisión. Pero ver esos enormes cuerpos reducidos a rectángulos de las dimensiones de un pulgar, le daba una perspectiva nueva. Cuando vio el que correspondía a Marte, Elena quedó anonadada. Detuvo su marcha y se coló en el baño de mujeres, y luego de asegurarse de que no había nadie en él, se inclinó sobre los lavabos. Se puso de cabeza y estiró de nuevo la cinta contra la luz blanca que provenía de la parte superior de los espejos. En la imagen el planeta estaba surcado por cientos de cráteres y pequeñas montañas que imaginó de arena. ¿Serán del tamaño de una alberca o cabrán océanos enteros en esos hoyos?, se preguntó. Y sin darse respuesta, se imaginó de pronto pisando la arena rojiza del tercer planeta desde el Sol. Sus movimientos eran lentos y flotantes. Al principio dio un pequeño salto, sólo para probar; pero al elevarse temió no detenerse y viajar directamente hacia la atmósfera, así es que se inclinó como si fuera a dar un clavado y regreso a tierra. No sabía hacia donde caminar. El horizonte, en cualquier dirección, era una franja negra que se curvaba. Ahí debía ser el límite, pensó con una mezcla de entusiasmo y miedo. Recordó que su profesor de historia les habló de la forma en que Alejandro Magno detuvo en seco a sus ejércitos con un largo movimiento de espada en una noche sin estrellas. Después de haber saqueado y conquistado cientos de ciudades, después de haber pisado las más diversas tierras y clima; de haber destronado a cuanto reyezuelo se le pusiera en frente, dijo el profesor Rubens, este emperador se detuvo ante el único enemigo contra el cual no podía blandir espada alguna, y que por eso mismo le provocaba un miedo infinito: lo Desconocido. En ese momento Elena entendió lo que Rubens buscó expresar solemnemente con la mirada puesta en el vacío y la voz quebrada, y que nadie entendió: lo desconocido.
De pronto sintió que la tierra rojiza debajo de sus pies se movía. No como un temblor, de arriba hacia abajo u oscilando. Sino como una tuerca que se mueve al interior de un maquinaria. Como un engranaje. El movimiento fue hacia delante. Suficientemente lento como para que ella no resbalará; como para transportarla consigo en su rotación. Se sintió como en el lomo de un elefante. Un elefante rojo. Este pensamiento le provocó una sonrisa. Pero también temor. Nadie sostenía a ese elefante de una correa y en cualquier momento podía moverse bruscamente. Levantar las patas hacia la oscuridad, hacia las estrellas en lo alto, y tirarla, incluso sin mala intención, sin quererlo. El miedo la inundó y buscó despertarse. En ese momento el Sr. Platz, el profesor de Ciencias, entró al baño de mujeres y la vio con el cuerpo arqueado hacia atrás, los ojos cerrados, sudando. En un primero momento se asustó, pero comprendió que nada realmente malo podría haberle pasado.

-Elena, ¿está bien?. Le hemos estado buscando. Necesitamos la cinta- dijo calmamente. Elena- repitió acercándose a la muchacha.

Ella se levantó lentamente y recuperó su postura. Sonrió al Sr. Platz y le extendió la cinta. Platz le abrió la puerta y espero a que ella se acomodara el cabello y saliera al pasillo.
Esa tarde Elena la pasó con la mirada perdida en el cielo, aunque en este las estrellas y los planetas eran invisibles y lo más parecido a Marte era el color del que estaban teñidas las nubes.

No hay comentarios: