sábado, 9 de febrero de 2008

Apuntes de Veracruz

Me acuerdo de ese restaurante en las costa de Veracruz; nos habíamos detenido, ya bien entrada la tarde, a comer algo antes de seguir el viaje de vuelta a casa en la camioneta blanca y derruida de mi tío. El lugar se sostenía imposiblemente sobre cuatro columnas de madera empobrecida, al interior de un mar azul oscuro, casi negro. Me pareció imposible, pero el viento aullaba cuando daba vuelta en el vértice de alguna pared o cuando entraba por la puerta, como cualquier otro cliente. Después de ordenar mi comida, salí a ver el mar al balcón, sólo. De un salto pequeño y rápido hacia en frente, me colgué del barandal, y levanté la mirada: el cielo estaba nublado y sucio; el aire era húmedo, casi vapor; la línea del horizonte, al fondo, parecía coloreada por un lápiz de carbón: una línea negra, difuminada por la acción de un pulgar. Balanceándome, sentí un ligero mareo, vértigo y, para no arriesgar, regresé los pies a la tierra. En la pirueta noté, en las piedras donde pegaban las olas, un elemento extraño. Ya seguro en el balcón, me incliné y me di cuenta que era una mierda salida de un drenaje en la superficie del mar. Desmenuzada ante la insistencia del oleaje, casi al momento desapareció. Pensé, no sé ya muy bien por qué, en la sal, en los fanáticos, en los elementos que se disuelven, invisibles, recién entran en contacto en algo más grande; como reconociendo su nadería, su poquedad.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola:

Parece un relato corto que podría seguir y seguír, me gusta es muy bonito y bien narrado, podría ser (sugiero) el principio de algún relato —si es que ya no lo es— ; en todo caso te animo a seguirlo.

Saludos.